Jueves 28 Marzo 2024

Chacuacos, imágenes del pasado industrial minero

Ante el nuevo panorama que se presenta en la ciudad con la construcción de la Plaza Bicentenario y en ella, las chimeneas o “chacuacos” que representan a las antiguas haciendas de beneficio, el historiador Víctor Hugo Ramírez Lozano refiere la historia de estos elementos ahora característicos del bulevar Adolfo López Mateos.

A su parecer, son tres las razones que favorecieron la construcción de estos nuevos elementos urbanos: una de ellas es la funcional, para ayudar a la ventilación de los niveles de estacionamiento que servirán bajo la Plaza.


Otra es la estética, ya que como elementos verticales ayudarán a crear ejes de proyección que equilibren las sensaciones del espacio y su contexto; y por último, la alegórica, que busca acoger en la esbelta forma de las chimeneas, el ícono del pasado industrial minero de la ciudad.

En la actualidad las chimeneas del “Lete” y “La Unión”, aparecen ante la vista de muchos sólo como puntos de referencia para no desorientarse en esta laberíntica ciudad, o como un viejo rezago de alguna fábrica de ladrillo perdida en la memoria histórica, señala el historiador.

Asimismo, Ramírez Lozano indica que para dilucidar un poco sobre las dos vetustas construcciones, será necesario realizar un viaje corto pero retrospectivo que permita entender los procesos del trabajo minero que dio origen a Zacatecas.

Con el descubrimiento de las ricas vetas de plata en 1546 y el inicio de su explotación masiva en 1548, se abrió la tierra para sembrar los cimientos de una casa fuerte y un campamento minero, capaces de alojar a los cientos de hombres que acompañaban a los arrojados vascuences en sus expediciones tras las míticas ciudades de oro y plata.

En aquellos primeros años, el proceso conocido para el beneficio de la plata era el de fundición, que consistía en colocar la mena -piedra con el rico metal- en un fundente como el plomo, en hornos alimentados con combustible vegetal.

Éstos podrían variar en sus dimensiones y materiales constructivos, más no en su constitución: un espacio embovedado para colocar las cargas de minera sobre otro en que se alimentaba al fuego, un lugar para captar el preciado metal y el chacuaco, sin el cual el fuego no sobreviviría a su encierro.

Estos hornos conocidos como castellanos, proliferaron en la naciente Zacatecas, dentro de las haciendas de los vecinos más prominentes, como en la Juan de Tolosa o Diego de Ibarra, ubicadas en aquellos tiempos en las proximidades de lo que hoy es Catedral.                

Aquellos hornos eran los de mejor factura, mayor dimensión y funcionamiento y a los cuales, la competencia llegó a perjudicar, pues eran tantos los que se construían de forma casera dada su facilidad y economía de obra.

Dada esta situación se promovió una ordenanza para detener esta práctica, considerada desleal, lo que indujo consecuentemente, al clandestinaje, puntualiza el cronista.

 

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