- Detalles
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Creado: 2016-04-21
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FRANCISCO GONZÁLEZ*/COLABORADOR
...Una puerta les cerraba el camino en aquella dirección, y en el suelo... había un bulto pequeño cuyos contornos se destacaron confusamente heridos por las luces vacilantes de las lámparas: era un niño de 10 años ... Sus ojos abiertos, sin expresión, estaban fijos obstinadamente hacia arriba, absortos, tal vez en la contemplación de un panorama imaginario que, como el miraje desierto, atraía sus pupilas sedientas de luz, húmedas por la nostalgia del lejano resplandor del día. Encargado del manejo de esa puerta, pasaba las horas interminables de su encierro sumergido en un ensimismamiento doloroso, abrumado por aquella lápida enorme que ahogó para siempre en él la inquieta y grácil movilidad de la infancia, cuyos sufrimientos dejan en el alma que los comprende una amargura infinita y un sentimiento de execración acerba por el egoísmo y la cobardía humanos.
Baldomero Lillo (La compuerta número 12).
Baldomero Lillo, chileno, se crió y trabajó en un pueblo minero... como minero; cuando nos narra los pasajes de la vida en la mina en sus tiempos, pareciera tan solo un lejano relato de finales de 1800.